Uruguayo encontró un templo de hace 1.500 años

Daniel Varga trabaja en Israel y entre sus mayores hallazgos están una iglesia y un monasterio de la época bizantina. Cómo los encontró y qué pasa después


Le asignan una zona, estudia, cruza datos y excava. Encuentra un tesoro, le saca todo el brillo que puede y busca un inversor que se haga cargo. Si no encuentra a nadie, lo vuelve a tapar para preservar la obra y cruza los dedos para que en algún futuro alguien quiera financiar su mantenimiento.

Así es el trabajo del uruguayo Daniel Varga, un arqueólogo que trabaja en Israel y que en 2014 hizo dos descubrimientos con más de 1.500 años de antigüedad. Un monasterio que será restaurado, habilitado para las visitas e integrado al circuito turístico y una iglesia que volverá a la sepultura, a la espera de un futuro más auspicioso.


A principios de 2014 el embajador uruguayo en Israel, Bernardo Greiver, vio la noticia del hallazgo en el sur del país de dos importantes piezas arqueológicas, una iglesia y un monasterio de la época bizantina. Se sorprendió cuando leyó que el director de las excavaciones era uruguayo y se apresuró a visitarlo.Entonces conoció a Varga, un oriental radicado en Israel que de chico jugaba a “Romanos y Bárbaros” cuando sus compañeros preferían los “ladrones y policías”.

Como arqueólogo e historiador que se desempeña en el organismo estatal que cuida de las antigüedades, le compete analizar las zonas geográficas que le asignan cuando un particular o el Estado quieren hacer alguna obra de infraestructura. Todos los trabajos requieren el visto bueno de esta suerte de ministerio, que con tractores sondea el terreno y, en caso de detectar indicios de algo, detiene la construcción y comienza a excavar.

A fines de 2013 Varga comenzó a estudiar una zona de Moshav Aluma donde se pretendía construir un barrio residencial. Le llamó la atención el hecho de haber encontrado mármol, algo que no se usaba en la época otomana, de la que había registros. Estudió y dio con un texto de un arqueólogo francés que en 1869 había visto pedazos de columnas en esa área y pensó que allí podría haber rastros de una iglesia más antigua. Eso justificaría el mármol.

Profundizó en la tierra y encontró cuadraditos, partes de mosaicos. Eureka. Junto con su equipo aisló la zona, cavó, y a 2,70 metros apareció el piso de mosaicos de una iglesia de planta basilical. Un medallón con inscripciones en griego le dio los datos que le faltaban: ahí se indicaba que era una iglesia cristiana del año 493 o 494, la época bizantina. En un área de 22 por 12 metros había 32 medallones decorados con vides y animales, además de guardas y agujeros donde había columnas, esas cuyos restos vio el francés en el siglo XIX.

Unos meses después a Varga le sucedió algo similar, esta vez cuando hacía los estudios previos a la remodelación de una carretera. Este tipo de excavaciones, denominadas “de salvataje”, representan el 90 % de las que se hacen en el país, según contó Varga la semana pasada en una disertación organizada por la Universidad de Montevideo y la Comisión de Cultura de la Conferencia Episcopal uruguaya.

Los sondeos con tractores arrojaron indicios de que habría algo bajo tierra. Detuvieron las obras y, según lo estipulado por la ley, la empresa que llevaba adelante el proyecto comenzó a financiar el trabajo de los científicos. A escasos 20 centímetros de la superficie encontraron un monasterio que le llevó a 30 obreros y tres arqueólogos cerca de dos meses destapar.

Esta vez la construcción era del año 576 y se componía de una iglesia, una zona de servicios y un comedor, todo en un área de 20 por 35 metros alfombrada por mosaicos con diseños. Las inscripciones, esta vez, estaban en griego, sirio y arameo.La lógica del mercadoAl hallazgo de semejantes tesoros sigue un proceso burocrático, pues al mismo tiempo hay que buscar dos cosas: una solución para la obra que se pensaba realizar y una manera de  proteger el arte encontrado.

En el caso del monasterio, ya apareció una solución que conformó a todos: lo trasplantarán unos 200 metros y lo instalarán en una zona donde podrá ser visitado, gracias al financiamiento de la compañía que hace las carreteras –estatal- y el pueblo. La ruta tendrá el empalme que había sido puesto en duda. Pero la iglesia no tendrá igual suerte, pues no se encontró ningún inversor dispuesto a restaurarla y, sobre todo, a comprometerse a mantenerla y evitar el vandalismo.

“Estaba ubicada en una región de pueblos pobres y el gobierno local no tiene presupuesto como para mantenerla. Entonces sacamos los mosaicos para curarlos y el edificio fue cubierto. Lo tapamos con una tela y arena limpia para que en el futuro, si se tienen los medios, lo destapen. Enterrarlo es la mejor manera de salvarlo. Porque si no, se destruye. Está prohibido dejar una edificación en el terreno y abandonarla”, comentó Varga ante la sorpresa de su auditorio, que se lamentaba por que no hubiera otra solución ante el hallazgo.

El dinero condiciona también la zona que se investiga, en la medida en que los financistas de las excavaciones son aquellos que proyectan las obras. Quien quiere concretar su proyecto no tiene un particular interés arqueológico -más bien al contrario, porque los tesoros complican todo- y financia lo mínimo indispensable. Así pues, nadie abonará para conocer qué hay unos centímetros más al costado, por lo que un hallazgo de valor puede quedar inconcluso y nadie se ocupará de él, a no ser que aparezca algún inversor.

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