El milagro económico israelí

Israel tiene una población de alrededor de siete millones. El 45% posee un título universitario, uno de los porcentajes más elevados a nivel mundial.


Sus universidades son reconocidas internacionalmente y la nación cuenta varios Premios Nobel.

Los israelíes han fundado más compañías start-up que Japón, Corea, India, Canadá e Inglaterra.

El país tiene más empresas que cotizan en NASDAQ que Corea, Japón, Singapur, China, India y toda Europa combinada.


Tiene uno de los índices de generación de patentes per cápita más altos del mundo. Y ha alcanzado estos logros bajo un estado perpetuo de guerra, terrorismo, acoso diplomático y boicot económico.

¿Cómo pudo?

¿Cómo fue posible para una pequeña nación carenciada de recursos naturales, hostigada militarmente por múltiples naciones enemigas, marginada económicamente en su vecindario y fundada principalmente por inmigrantes pobres, transformarse en un estado high-tech, innovador, vanguardista y desarrollado?

¿Cómo pudo una comunidad que comenzó secando pantanos y cultivando naranjas ser hoy líder mundial en nanotecnología, una potencia nuclear y poner satélites propios en órbita?

¿Y cómo alcanzó tal proeza en tan breve período de tiempo?

A responder estas preguntas está esencialmente dedicado el notable libro Nación Start-Up de Dan Senor y Saul Singer, en cuyas trescientas páginas trazan el extraordinario derrotero de Israel y ofrecen diversos ejemplos que testimonian -y explican- las razones de esta excepcional reconversión. Escrita originalmente en inglés, la obra fue traducida al hebreo, chino, ruso, coreano, español, alemán, francés, portugués, italiano, turco, búlgaro, checo e incluso árabe y fue un bestseller en Estados Unidos, India y Singapur.

La explicación de los autores brilla por su original sencillez: el éxito israelí descansa en gran medida en la jutzpá, esa típica idiosincrasia local que puede ser traducida como descaro o atrevimiento, en una cultura que estimula la insubordinación, donde los empleados no solamente cuestionan a sus jefes sino que se preguntan “¿por qué no soy yo su jefe?”.

Y también en un entorno que invita a correr riesgos, donde el prueba-y-error es visto con buenos ojos en lugar de como un fracaso.

 “No fue simple convencer a la gente de que criar peces en el desierto tenía sentido” aseguró el profesor Samuel Appelbaum de la Universidad Ben-Gurion al relatar a los autores el uso que dio al agua salada y cálida hallada en el desierto a una profundidad equivalente al largo de diez canchas de fútbol.

Y también en la habilidad de aplicar el aprendizaje militar al campo industrial y comercial, como hizo Gavriel Iddan, científico de cohetes que ideó una pastilla digerible que contiene una cámara miniaturizada que transmite imágenes desde el interior del cuerpo humano en tiempo real a cualquier parte del planeta.

O como ilustra el caso de Shvat Shaked, experto tecnológico en perseguir terroristas observando sus actividades online, quién, junto con su colega del ejército Saar Wilf, trasladó su experiencia al área comercial desarrollando servicios de detección de engaños corporativos, fraudes crediticios y robo de identidad electrónica tan eficientes que PayPal (el sistema de pagos onlinemás grande del mundo) compró a la pequeña empresa israelí en USD 169 millones (¡luego de que los israelíes rehusarán venderla por USD 79 millones!).

Y también en la capacidad de transformar obstáculos en oportunidades, como el sistema de riego por goteo que nació de la necesidad de cuidar cada escasa gota de agua y se convirtió en el sistema de irrigación más efectivo para zonas áridas. El 95% de la tierra de Israel es catalogada como semiárida, árida o híper-árida y sin embargo el país tiene 240 millones de árboles, su absoluta mayoría plantados por el hombre.

En el año 2008, la Organización de las Naciones Unidas llevó a cabo una conferencia global en Israel que reunió especialistas de cuarenta países en dar combate a la desertificación; querían ver por qué Israel es el único país cuyo desierto retrocede.

El boicot económico árabe contra Israel es a su vez un buen ejemplo no sólo del afán de superación israelí sino de la habilidad nacional para convertir un problema en una solución. En su concepción, el boicot de la Liga Árabe prohibía a las naciones árabes comerciar con el estado judío y castigaba a aquellas compañías que tuvieran lazos con él, así como a las empresas que se relacionasen con estas últimas. Imposibilitados de ingresar al mercado regional y teniendo una mercado interno diminuto, los israelíes se globalizaron. Hoy uno puede toparse con mochileros israelíes en Machu Pichu, artistas en Berlín, analistas financieros en Wall Street y emprendedores en Asia.

Captar inversión extranjera cuando un país está continuamente acechado por terroristas y en estado de guerra no es simple para nación alguna, pero Israel supo hacerlo. Por caso, en 1990 el gobierno encaró la más grande distribución de máscaras de gas en cualquier lugar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. A inicios de esa década no había en el país una sola cadena de café o marca de ropa extranjera. McDonald´s abrió su primer local allí recién en 1993. En la actualidad tiene aproximadamente 150 locales en Israel, a grandes rasgos el doble en términos per cápita de los que hay en Italia, España o Corea del Sur.

 Zara, Starbucks, Intel, Google y Microsoft entre otros gigantes han aterrizado en el estado judío.

En ocasión de un viaje a Palestina hecho en 1867, Mark Twain describió el paisaje así: “Palestina se asienta penitentemente. Sobre ella ralea el hechizo de una maldición que ha marchitado sus campos y consumido su energía… Palestina es despoblada y desgarbada… Es una tierra desesperanzada, lúgubre y apesadumbrada”.

El asombroso progreso de Israel da cuenta de que una nación dotada de creatividad, ambición e iniciativa puede desarrollarse no sólo a pesar de, sino debido a, circunstancias adversas.

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