El cáncer de mama más antiguo, en una momia egipcia
La primera paciente de cáncer de mama conocida que media aproximadamente 1,62 metros y tenía entre 30 y 40 años en el momento de su muerte
La misión española que horada desde hace siete campañas la necrópolis de Qubbet el Hawa, en una árida colina de la ciudad sureña de Asuán, se ha topado con un descubrimiento formidable de hace más de 4.200 años: los restos de una mujer que murió alrededor del 2.200 a.C. y guarda entre sus huesos carcomidos la primera evidencia de un cáncer de mama de la Historia.
"El esqueleto muestra un caso muy avanzado de cáncer de mama con sus lesiones características. La metástasis provoca lesiones líticas, por lo que el hueso aparece apolillado con los bordes irregulares", explica Miguel Botella, director del laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada y encargado de estudiar el cadáver de la momia hallado en el pasillo de la tumba QH33 de una necrópolis dedicada al descanso eterno de nobles de los imperios Antiguo y Medio, situada a unos 900 kilómetros al sur de El Cairo.
La primera paciente de cáncer de mama conocida -que calzaba una altura de 1,62 metros y tenía entre 30 y 40 años en el momento de su óbito, durante la VI dinastía (2345-2181 a.C.)- presenta un esqueleto completamente arrasado por la enfermedad. "Tiene lesiones desde el cráneo hasta el dedo gordo del pie aunque es cierto que son un poco más numerosas desde la pelvis hacia arriba", apunta Botella, que trata de imaginar el dolor que padeció la fémina.
"Para tener lesiones así la siembra de células metastásicas no es de un día. La enorme descalcificación detectada y la osteoporosis que sufría, característica en personas con poca actividad física, indica que debió permanecer inmóvil durante mucho tiempo", detalla. "Los restos -narra el experto- nos enseñan además a una sociedad con un alto nivel cultural que cuida de personas que se hallan absolutamente inválidas; que las trata durante su enfermedad; las entierra, y momifica".
El relevante hallazgo cuestiona las tesis de quienes hasta ahora habían considerado el cáncer de mama como resultado de la vida moderna y del aumento de la longevidad. "Las lesiones podrían ser idénticas a las de una paciente actual de cáncer de mama aunque ahora los tratamientos paliativos evitan que se alcance ese nivel", reconoce el reputado antropólogo, que ha desarrollado su labor en sitios arqueológicos de México, Perú, Kenia o Francia. "Han pasado tan solo 4.500 años que, al fin y al cabo, en la evolución humana es mínimo", apostilla.
Según Botella, la ubicación en la que se localizó el esqueleto -que había perdido los restos de la momificación- y el pobre ajuar que se halló -unos cuantos platos y vasijas- complican la posibilidad de vincular a la mujer con la alta clase social a la que pertenecían los gobernantes de la isla de Elefantina que habitan la necrópolis y cuya vida y rituales funerarios trata de reconstruir la misión que dirige Alejandro Jiménez, doctor en Historia Antigua de la Universidad de Jaén. "Podríamos decir que no pertenece al estratos social más bajo pero tampoco al más alto", sugiere el antropólogo.
Debilitada por la enfermedad, Botella sostiene que "lo que sí debió recibir la mujer es algún medicamento a base de algunas plantas para tratar de combatir el dolor". Su cuadro médico -desempolvado por el profesor en la última campaña que concluyó el mes pasado junto al investigador de la Universidad de Granada Ángel Rubio- es seis siglos anterior a la que hasta ahora era la primera prueba de la enfermedad: el papiro Smith. "El documento data de 1.600 a.C. y era la primera noticia que se tenía de la enfermedad, que describe los síntomas y asegura que es incurable", asevera.
"En realidad, la investigación -arguye Botella- nos muestra un sociedad que se hallaba muy al límite de la supervivencia. Nada tiene que ver su realidad biológica con aquella otra de maravillosas obras de artes y tumbas". Intramuros de la tumba, el equipo ha hallado un universo de dolencias que fascina a Botella. Desde enfermedades infecciosas como brucelosis o fiebre de Malta; heridas de arma blanca; tumores; enfermedades degenerativas -artrosis- y anquilosis de miembros; señales de malnutrición y signos de "una elevada mortalidad infantil".
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