¿Por qué el cerebro humano se siente cómodo con la guerra?

Los humanos prefieren perder más aunque tengan una pequeña opción de victoria, que perder menos y que acabe todo.


El presidente Barack Obama fue elegido para acabar con las guerras contra el Islam radical.

A pesar de concluir en 2010 en Irak y este año en Afganistán sus dos misiones militares principales, Estados Unidos seguirá en guerra. Ahora será contra un enemigo con siglas nuevas -ISIS- y de una forma menor.

Pero será una guerra...

Obama ha aceptado las recomendaciones de sus asesores que pedían intervenir. Pero hay algo que va más allá de este conflicto y que hace que los asesores guerreros -“halcones”, en el argot de relaciones exteriores- suelan ganar a los pacíficos -“palomas”-, incluso con un presidente con la lección aprendida como Obama: nuestro cerebro tiende aceptar los argumentos que llevan al conflicto.

Algunas de estas razones no son tan raras: ocurren en la vida cotidiana. Este artículo clásico del premio Nobel de Economía Daniel Kahneman y Jonathan Renshon es clave para entenderlo. 


Hay algo que favorece las razones de los halcones antes incluso de los detalles: siempre es mejor prevenir que curar. Si solo hay un 10 por ciento de opciones que Estado Islámico atente contra Estados Unidos, el presidente Obama querrá asegurarse de que sean aún menos.

No se suele dejar una probabilidad de un 50 por ciento de éxito al enemigo. Estas son algunas de las razones que nos llevan a ver el conflicto más a menudo como una salida aceptable.



1. Cómo ves y te ven. Solemos ver las consecuencias de las acciones de otro, pero no valoramos sus motivos. Juzgamos más fácilmente los actos de Rusia o China que sus razones para intervenir en Ucrania o Vietnam. Luego, al contrario, esperamos que el rival sepa que actuamos de una manera porque nos vemos obligados.

Kahneman cita este experimento. A unos estudiantes les dicen que deben defender o criticar un discurso del ex presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Luego, otro grupo debe valorar la ideología de quien habla. 

Les avisan de que a unos les han dicho que sean de izquierdas y a otros de derechas, sin importar sus ideas reales. El espectador tiende a valorar más como izquierdista a quien defienda a Chávez, aunque le hayan advertido de que la selección es aleatoria.

Este experimento tiene un nombre: error fundamental de atribución. Todos los países tienen sus intereses: Rusia, Reino Unido, China, España, incluso Cataluña y Escocia. La conclusión dependerá más de nuestra atribución previa -qué pensamos de esos países- que del análisis frío de cada caso.

2. Yo solo respondo. Esa falta de comprensión del otro lleva a creer -como en toda pelea conyugal- que el otro ha empezado y tiene más culpa. Los yihadistas que fundaron Al Qaeda buscaban en 1988 un objetivo nuevo, después de ganar a los soviéticos en Afganistán.


3. Los humanos tienden a exagerar sus virtudes. Un 80 por ciento de los conductores cree que conduce mejor que la media. Ocurre lo mismo con los méritos del ejército, las armas o la estrategia propios. El ejército de Estados Unidos es el mejor del mundo, pero no es infalible ni puede sostener una misión durante años. Tampoco es siempre eficaz.

4. La ilusión de control. La exageración de los méritos propios lleva a vivir en la ilusión -igual que cuando se conduce- que uno controla lo que ocurrirá. Pero si Obama finalmente ataca la Siria controlada por Estado Islámico las reacciones pueden ser inesperadas: el ministro de Exteriores de Reino Unido ha dicho que no atacarán en Siria, luego el primer ministro lo ha rectificado y ha dejado las opciones abiertas; Rusia ha dicho que sería una agresión.


El humano falla mucho en sus predicciones: las condiciones de hoy nunca son las que serán en unos meses o años. Una buena idea ahora puede parecer mala luego. La guerra de Irak de 2003 es un gran ejemplo: de misión cumplida a desastre mundial en pocos meses.

De nuevo, Obama ha sido especialmente cauto en este conflicto. Pero muchos otros comentaristas que tienen la suerte de no decidir planteaban todo tipo de escenarios desde hace meses.

5. El fracaso de las negociaciones. En el caso de Estado Islámico no hay negociaciones, pero un ejemplo claro aquí es Israel y Palestina. Un bando automáticamente sospecha de una concesión que hace el otro: no piensa “mira qué bien”, sino “ por qué lo harán”.

A un grupo de americanos proisraelíes se les presentó una propuesta de paz elaborada por los palestinos. La veían mal. La misma propuesta, si se les decía que era israelí, la veían equitativa.


En el libro Piedra, papel, tijera: teoría del juego en la vida cotidiana, que me hace llegar Guido Corradi, psicólogo y becario en un laboratorio de psicología de la Universidad de Baleares, dicen los autores que las amenazas son más baratas que las promesas. Si una amenaza funciona, no hay que hacer nada más. En cambio, las promesas hay que cumplirlas.

Por ejemplo, si a un niño se le dice “o paras o te doy un guantazo” y para, el adulto gana sin más. Si le dice “si paras te compro un chupachups”, hay que comprarlo. Pasa igual en las relaciones internacionales. La amenaza tiene más riesgos, porque si no para -aunque definir “parar” es a menudo ya un lío- hay que dar el guantazo. El niño podrá enfadarse o responder. Al final todos salen más perdiendo que -en la mayoría de casos- con una promesa.

6. El peso de las imágenes. Desde el principio del verano, las imágenes de Estado Islámico han sido a menudo de crueldad: ejecuciones públicas, fusilamientos, crucifixiones. La culminación ha sido la decapitación de los periodistas James Foley y Steven Sotloff.

Las imágenes violentas hacen que seamos más moralmente permisibles con nuestros juicios siguientes, según este artículo que también me manda Corradi. Es decir, una respuesta inmoral a un acto inmoral está más justificada. No solo eso, imágenes de destrucción incrementan las ganas de guerra y se sobrestima la sensación de que la muerte está más cerca. Como es lógico, es algo de lo que nos queremos defender.

7. Nunca queremos perder. Una vez la guerra ha empezado, todo el impulso es hacia la victoria. Los humanos prefieren perder más aunque tengan una pequeña opción de victoria, que perder menos y que acabe todo.

El experimento típico que cita Kahneman es entre estas dos opciones: una pérdida segura de 890 euros o un 90 por ciento de opciones de una pérdida de 1000. La gente prefiere la segunda, aunque estadísticamente las opciones de perder más dinero son mayores.

Los políticos que envían a sus soldados a morir, lo último que quieren es que vuelvan a casa sin algo de lo que presumir. Por todo esto, el cerebro se siente más cómodo con decisiones ofensivas que defensivas.

Hay por supuesto literatura académica que valora la cooperación y las buenas relaciones, pero es de difícil aplicación en las relaciones internacionales. He enseñado este post al colega bloguero Antonio Martínez Ron, que lleva el blog Neurolab, y matiza con estos dos puntos: uno, "lo natural, y lo que nos ha hecho sobrevivir es justamente el principio de conservación de la especie: sobreviven los cobardes del grupo, ¡no los locos cariocos con turbante o metralleta!", y dos, "no es lo mismo el comportamiento individual, o grupal, que la geopolítica, donde entran en juego tantos factores que es difícil atribuírselos al funcionamiento de nuestro cerebro". El cerebro da para mucho.

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