Ocho verdades sobre el amor que la ciencia nos ayuda a descubrir

Creemos que el amor es algo irracional, pero todo lo que creemos "mágico" puede explicarse


Decía Francisco de Quevedo que “el amor es fe, no ciencia” y, como él, muchos seguimos pensando que el amor es un sentimiento que sigue unos procesos inexplicables, misteriosos y, hasta cierto punto, irracionales. Pero no es cierto.

El amor romántico es un tema difícil de estudiar, y requiere investigaciones multidisciplinares, pero a medida que avanzan los estudios en biología, fisiología, sociología, y neurología, nuestro conocimiento sobre el mismo es cada vez mayor. Puede que “las mariposas en el estómago” pierdan parte de gracia si lo vemos como un simple proceso biológico, pero así es la vida.



El amor es adictivo

Pensar en la persona que amamos, particularmente en el inicio de una relación, dispara la actividad del área tegmental ventral (ATV) de nuestro cerebro. Este grupo de neuronas, responsables también en gran medida de la cognición, la motivación y el orgasmo, liberan dopamina en los centros receptores de placer del cerebro: el núcleo caudado y el núcleo accumbens. Esto provoca en los amantes un efecto similar al de un narcótico, lo que dispara la adicción. El amor es como una droga.

El amor nos obsesiona

Los sentimientos de amor liberan serotonina en el cerebro, un neurotransmisor que da sensación de control, calma nuestra ansiedad y nos proporciona seguridad. Pero claro, los niveles de serotonina también disminuyen, en concreto cuando estamos lejos de nuestro amado: entonces nos volvemos inseguros y empezamos a obsesionarnos. Basta con que no nos contesten un mensaje para volvernos locos, pensando que nos van a abandonar. No en vano la palabra pasión comparte su origen con la palabra padecer. Como diría aquel grupo de música latina de cuyo nombre es mejor no acordarse: “No es amor, lo que tú tienes se llama obsesión”.

El amor nos hace imprudentes

Si nuestro cerebro fuera una nave, en el córtex prefrontal estaría el puente de mando: es el área responsable de la planificación de comportamientos complejos y de la coordinación de nuestras acciones. Cuando estamos enamorados su rendimiento disminuye. Por si fuera poco, el amor también ralentiza el trabajo de la amígdala cerebral, fundamental en la respuesta ante las amenazas. Esto hace que seamos menos racionales en nuestras decisiones y estemos dispuestos a tomar riesgos que, de no estar enamorados, nunca tomaríamos.

El amor y la lujuria coexisten en el cerebro

El amor y el deseo sexual se generan de forma distinta en el cerebro, pero su función se entrelaza, desencadenando las mismas respuestas neuronales. Ambos son adictivas, pero pueden aparecer en relación a distintas personas. Sí, podemos amar a una sola persona pero querer hacer el amor con otro u otros.

Los hombres enamorados ven mejor

Tu miopía no se va a curar por echarte novia pero, según diversas investigaciones, los cerebros de los hombres muestran una mayor actividad en la corteza visual –la parte del cerebro responsable de la visión– cuando están enamorados, algo que no ocurre en las mujeres. Esto podría explicar por qué los hombres reciben más estímulos visuales de tipo sexual que las mujeres (y por qué cuando estás enamorado miras incluso con más deseo a las chicas guapas que pasan por la calle).

Las mujeres enamoradas recuerdan cada detalle

Esta ventaja para las mujeres es la condena de todo hombre. Cuando el amor llama a su puerta, el cerebro femenino muestra una mayor actividad en el hipocampo, la región asociada con la memoria. Si ya de por sí esta región es mayor en los cerebros femeninos, cuando están enamoradas las mujeres recuerdan hasta el más mínimo detalle.

El contacto visual dispara el amor

Los enamorados suelen mirarse a los ojos. Y no es casual, es el vínculo emocional más poderoso que existe, sobre todo si la mirada se combina con una sonrisa. Tras la mirada, el mayor vínculo emocional lo constituye la voz.

La monogamia es cuestión de química

Se ha discutido mucho sobre por qué los humanos tienden a constituir parejas monógamas. Por supuesto hay un componente cultural, pero además existe un factor biológico y químico. La oxitocina es una de las hormonas que más se han estudiado en los últimos tiempos, por su importante papel en el amor, el sexo y la conducta paternal, y ahora sabemos que también podría ser responsable de la monogamia.

Un estudio reciente llegó a la conclusión de que la oxitocina, que se genera gracias al contacto físico con nuestra pareja, mantiene a los hombres alejados de otras mujeres, lo que en los tiempos previos a la civilización aumentaba las posibilidades de supervivencia de los hijos.

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